Psicología del Arte
“La psicología como ciencia
humanista, está comenzando a nacer de un inestable acercamiento entre las
interpretaciones filosóficas y poéticas del hombre por un lado y las
investigaciones experimentales sobre los músculos, los nervios y las glándulas
por otro. Y apenas hemos llegado a acostumbrarnos a lo que pudiera ser una tal
ciencia de la mente, cuando nos vemos enfrentados con la tentativa de abordar
científicamente la más delicada, la más intangible, la más humana de las
manifestaciones humanas. Ensayamos una psicología del arte” (Rudolf Arnheim).
En la formación del psicólogo profesional es importante y trascendente tener la posibilidad de conocer y analizar la conducta desde un marco histórico, creativo y de desarrollo humano, lo que el estudio del arte desde las teorías psicológicas nos proporciona. Por lo que esta materia tiene el propósito de plantear competencias propias del psicólogo para la formación general de su actividad en cualquier área laboral.
Entre
nuestros nodos de reflexión teórica, buscamos hacer emerger con fuerza el
cuerpo o “el problema del cuerpo”, como lo sugiere Danto, por ser un aspecto
prácticamente excluido del ámbito de desarrollo de la psicología, dada la
obliteración del cuerpo por el mayor interés suscitado por los procesos
psicológicos básicos, la teorización sobre entidades intrapsíquicas, o los
procesos cognitivos atendiendo fuertemente a una dimensión epistemológica de la
ciencia, sin considerar al cuerpo como un soporte válido de la experiencia en
su totalidad.
El psicoanálisis freudiano y post freudiano, en
este sentido efectuaron una contribución fundamental recogiendo, en parte, el
legado de Nietzsche. Algunos otros autores como Reich o Lowen, también han
hecho lo propio. Merlau – Ponty con su fenomenología de la percepción,
rescatando el cuerpo intersubjetivo, un yo – carne, ubicado en el entre-deux. Antes
que él, Piaget y quizás antes, Valèry. A Maturana y Varela también le debemos
algo desde la biología del conocimiento. Pero el “problema” que se
mantiene, es que al cuerpo y su representación, no es posible aproximarse
desde un concepto único y estático, sin considerar el contexto socio-histórico
y político. Nuestro percepción del cuerpo propio, con el “propio” entre
paréntesis, así como del cuerpo social o el cuerpo político, va mudando con el
tiempo, manteniendo ciertos elementos estables que le proveen de una cierta
organización y una cierta invarianza a nivel biológico, pero culturalmente, nos
enfrentamos a un cuerpo dinámico investido por un éthos y un pathos que lo pone
en tensión permanente.
Sin embargo, para nosotros, ha resultado
particularmente interesante ver como ciertas formas de arte contemporáneo, han
problematizado en torno al cuerpo y junto con ello, complejizado conceptos o
nociones de fuerte raigambre psicológica, tales como el yo, la identidad, la
conciencia o los procesos de desubjetivación psicosociales. Al respecto,
el arte que tuvo un fuerte auge entre los ’80 y lo ’90 y que acudió a recursos
como la abyección (Kristeva) y lo ominoso (Freud), con artistas como Tracy
Emin, Sarah Lucas, Damien Hirst o Marc Quinn o McCarthy, casi todos de la
generacion de “Young British Artists” utilizaron como un
recurso fundamental, la cita o la utilización del cuerpo como forma de
perturbar dichas nociones, ya canónicamente establecidas en el paradigma
kantiano de la autorreflexividad, como sostiene Kieran Cashell en su concepción
de Transgressive art.
De forma casi paralela, vimos emerger un cuerpo
proteico, un cuerpo metamorfoseado, un cuerpo híbrido o un cuerpo que, para
artistas como Stelarc, hizo crisis a partir de su obsolescencia, un
‘dispositivo’ obsoleto para un ‘yo’ que se dispersaba ahora en una cadena de
significantes ante la crisis o el agotamiento del signo. En todos estos casos,
la perturbación de dichos conceptos fundamentales dentro de la psicología de
herencia kantiana, se instala dentro de discursos artísticos dignos de considerarse
como una forma de entender “el fenómeno de lo humano” a comienzos del siglo
XXI.
La relación arte-ciencia, otro de nuestros ámbitos de
interés, se nos presenta como un interesante punto de convergencia- como quizás
nunca antes no lo estuvo -, con las consabidas implicancias desde el punto de
vista bioético y biopolítico, cuando ciertos expresiones del sci-art o bio-art, comienzan
a ver con fascinación la posibilidad de crear con materia viva como
sucede con el caso del artista brasileño Eduardo Kàc y su famoso experimento de
la coneja alba. Otros artistas como Carsten Höller, del que Tania Orellana
Muñoz, escribe un interesantísimo artículo, se sitúan más bien en la
posibilidad de utilizar ciertos elementos de la ciencia para trabajar sobre la
alteración de la percepción o el espacio, cuestionando de paso el carácter
puramente racional de la “experiencia estética” a partir de un yo central.
Ante muchas de estas prácticas artísticas que pueden
situarse en los límites del arte, surge la pregunta respecto de qué es arte y
que no lo es. Filosóficamente, esta pregunta quizás mantenga interés y
vigencia, en tanto siga persistiendo la relación de identidad y pertenencia
entre lo verdadero y lo real. En lo personal, creo que la psicología del arte,
no debe inquietarse ni arrojarse a responder con premura dicha pregunta,
sino que más bien, debiera de ocuparse de generar una nueva matriz
conceptual cuando, por ejemplo, como sostiene Michaud, el arte alcanza un
“estado gaseoso” volatilizándose en éter estético ante un mundo que emerge con
una pretensión obsesiva de belleza; o bien, cuando el arte pierde su régimen de
objeto, con la potencial des-definición de un arte que deviene finalmente,
‘experiencia estética pura’. O cuando se propone el arte desde un paradigma
relacional, donde artista y espectador, de alguna forma co-construyen algo que
se podría entender como obra de arte sin un apriori y
desprovistos de un fin. Para estos fines, creo esencial que la psicología
en su pretensión de disciplina autónoma, pueda reconocer en el arte no un
subproducto de la cultura, o un producto de segundo orden, como quizás ha
sucedido en los últimos años.
Cuando Freud
afirmaba, en ‘el malestar en la cultura’: “quien no tenga ni arte ni ciencia,
tenga entonces religión”, más allá de su postura antirreligiosa tan criticada
por Jung, estaba estableciendo lo que consideraba los tres pilares
fundamentales de la cultura. La pregunta, entonces, es ¿cómo hemos podido
desatender tan abiertamente estas dos dimensiones de la cultura?
Creo
firmemente, que la psicología actual tiene la necesidad de recuperar el
carácter dialogante en un sentido amplio y no solo mostrarse interesada
en el control de la variables intervinientes, en el diseño experimental, en el
cálculo estadístico y la operacionalización de la conducta, animal o humana,
como sucede en muchas escuelas de psicología de “nuestro tiempo”. El aula, el
laboratorio y el experimento programado, deben también arriesgarse a tratar con
la impredictibilidad del hacer mundos.
El arte de nuestro
tiempo, arte en crisis, arte agónico, arte despiadado, para algunos, nos ofrece
al respecto, un lugar de reflexión privilegiada pues tal como lo advirtió
Rudolf Arnheim, hemos de advertir como el arte se volvió incomprensible, en el
sentido de que muchos de los objetos artísticos miden ahora su valor por la
capacidad de desconcertarnos. “Ahora son ellos- los objetos de arte- los que
necesitan de una interpretación” afirma.Pero no solo la pintura, la escultura y
la música de hoy resulten quizás incomprensibles, sino que muchas de las
prácticas culturales, sociales y políticas del pasado, carecen ya de sentido
para el ciudadano medio.
Hay una
brecha que se ha abierto, un hiato histórico que deja entre paréntesis el antes
y el después en favor de un presente omnipotente en la expansión permanente
provista por los medios tecnológicos y los recursos virtuales que nos llevan a
reflexionar respecto de ciertos fenómenos derivados de estudio del yo, la
identidad y la conciencia.
La
psicología del arte, sigue siendo en definitiva un proyecto por conseguir,
conjuntamente con un proyecto de humanidad que aguarda su tiempo,
buscando desligarse de ciertas prácticas, creencias y estructuras de antaño,
pero con la insondable incapacidad de anticipar el futuro. Un arte por-venir en
un mundo por-venir.
Ensayamos
entonces, “Una Psicología del Arte Contemporáneo”.
La
Psicología del Arte es el ámbito psicológico que estudia los fenómenos de la
creación y la apreciación artística desde una perspectiva psicológica. Han sido
trascendentales para el desarrollo de esta disciplina contribuciones tales como
las de Gustav Fechner, Sigmund Freud, la escuela de la Gestalt (dentro de la
que destacan los trabajos de Rudolph Arnheim), Lev Vygotski y Howard Gardner.
Los
objetivos que persigue vinculan esta rama de la Psicología con muchas otras que
pertenecen al campo de dicha disciplina, y muy particularmente con aquellas que
hacen referencia a los procesos básicos (como la percepción, la emoción y la
memoria) y a las funciones superiores del pensamiento y el lenguaje. No
obstante, estas relaciones no se ciñen al área de conocimiento que incumbe a la
Psicología Básica, ya que la Psicología del arte también se relaciona en
esencia con áreas como la Psicobiología, la Psicopatología, los estudios de
personalidad, la Psicología Evolutiva o la Psicología Social. En cuanto a las
relaciones que la Psicología del arte mantiene con otras disciplinas, se han de
destacar los aportes esenciales de la filosofía para la comprensión de los
fenómenos estéticos, y también es de gran importancia, por ejemplo, el aporte
de la Historia del Arte. La vinculación entre la Psicología del arte con las
disciplinas mencionadas muestran la necesidad de un trabajo disciplinarte.
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